lunes, diciembre 4, 2023

Pues sí, Eurovisión nos vuelve un poquito (bastante) hipócritas

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Han pasado ya varios días desde la final del Festival de Eurovisión y llevo desde el momento en que Netta, la representante israelí que ganó con su canción Toy, pensando que tengo que escribir este artículo. Porque va siendo hora de que lo reconozcamos: Eurovisión nos vuelve tremendamente hipócritas.

Que Eurovisión no es una competición/festival como los demás es algo que queda bastante claro. No deja de ser curioso que, a pesar de tener una audiencia de más de 200 millones de espectadores y suponer un movimiento importante para la industria audiovisual europea (aunque a veces no lo percibamos así), Eurovisión se vea -en España- como una cosita menor a la que vamos por cumplir pero que nunca ganaremos porque hay una conspiración geopolítica para que ganen determinados países. Que digo yo que eso tendría mucho más sentido en el caso del fútbol, que mueve muchísimos más millones (de espectadores y de dinero y de todo). Pero no, solo pasa con Eurovisión.

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Así que, aunque no lo sea, Eurovisión es política. Porque es inevitable la percepción de festival politizado y por lo tanto no podemos separarlo de ahí. Podemos explicar que no es así, podemos explicar el sistema de votaciones, revisar los ganadores para comprobar la variedad de países que se han llevado el Festival e incluso analizar el impacto social y económico del mismo. Ucrania no es hoy mejor país de lo que era antes de celebrar el festival el año pasado y Portugal no es mejor (ni peor) percibido por el resto de Europa después de la semana pasada. Pero da igual: para muchos Israel ha ganado Eurovisión porque el país necesita un lavado de cara en este preciso momento.

Los eurofans se escandalizan con esas afirmaciones. No existe una gran conspiración eurovisiva. Es solo un festival de música. No hay política. Y por eso durante la actuación de Rusia nos relamemos y aplaudimos cada vez que una bandera LGTB+ se cuela en la realización o sentimos un escalofrío de felicidad cuando oímos los abucheos durante las votaciones. Eso es un gesto político. Cargamos contra un país porque nos sentimos atacados por sus políticas, por sus vulneraciones sistemáticas de los derechos humanos. Los nuestros, eso sí. Pero no es el único país del festival que vulnera los derechos humanos, ni siquiera el único país que vulnera los derechos del colectivo LGTB+.

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En Finlandia, que este año ha llevado a Saara Aalto con un tema que ha hecho las delicias de muchos gais y se presentaba con un videoclip muy queer, a las personas trans se las esteriliza como requisito para acceder al cambio registral. En Italia las parejas homosexuales solo tienen acceso a una unión civil muy descafeinada que les discrimina frente a las heterosexuales, y una pareja gay está en juicio por participar en una besada de protesta contra la homofobia. Rumanía acogió la gira de la homófoba Kim Davis y quiere modificar su Constitución para prohibir el matrimonio igualitario. Polonia sigue emperrada en lo mismo, y en Eslovenia hasta lo votaron en un referéndum.

Rusia es un país institucionalmente homófobo, sí, pero no es el único. Y por algún motivo (bastante evidente, la verdad) nos hemos dejado llevar por esa corriente política que nos hace despreciar la candidatura rusa en el Festival por el simple hecho de ser rusa mientras aplaudimos, vitoreamos e incluso convertimos en favoritas a las canciones de otros países en los que los derechos LGTB+ puede que no estén perseguidos de forma tan furibunda… Pero tampoco se respetan.

Lo peor de todo es que a veces nos olvidamos de que los derechos humanos no son únicamente los derechos LGTB+. Francia envía una canción sobre la crisis de los refugiados a la vez que bombardea Siria. España se presenta a un festival de canciones a la vez que mete en la cárcel a un rapero por sus canciones.

Y luego está Israel.

«A ver qué dices, chato»

En materia de Derechos Humanos (o más bien en materia de la ausencia de los mismos) Israel tiene un puesto de honor entre todos los países que participan en Eurovisión. No voy a profundizar en el conflicto/ocupación de Palestina, porque no lo domino y porque no creo que sea necesario darte muchos datos para que estemos de acuerdo en que asesinar a 50 personas y herir a centenares durante una protesta no es aceptable por parte de ningún gobierno (y eso quedándome solo con lo ocurrido post-Eurovisión). Que Netta grite desde el escenario del festival que el año que viene nos vemos en Jerusalén (con la que está cayendo) es una estrategia política que, sin entrar a valorarla como tal, nos escandalizaría si viniera de un país como… Rusia.

Pero es que resulta que Israel, por mucha campaña de pinkwashing (utilizar el ocio y el turismo LGTB+ para proyectar imagen de progreso y tolerancia aunque en el fondo hagas todo lo contrario) que se marque, tampoco es un país especialmente acogedor para el colectivo LGTB+. Oh sí, el Pride de Tel Aviv. O sí, las fiestas de Tel Aviv. O sí, lo buenorros que están los israelíes. Pero Israel no es solo Tel Aviv. En Israel, si eres homosexual, no puedes casarte con la persona a la que amas. Y si eres político y acudes a un enlace homosexual, te obligan a dimitir. En Israel, si eres VIH+, hasta hace nada te enterraban en hormigón. Si te da por marchar en la manifestación del Orgullo LGTB de Jerusalén te pueden apuñalar. Y no hablamos de las políticas sobre familias homoparentales, que los propios medios israelíes critican como una muestra de la hipocresía que supone el pinkwashing del gobierno: se venden a nuestra comunidad como un país abierto y tolerante mientras discriminan a las personas LGTB+ autóctonas.

Con ese panorama tenemos dos opciones. Y probablemente no nos guste ninguna de las dos. Porque o empezamos a abuchear a todos los países que incumplen los derechos humanos -de todos, no solo los nuestros- como ya hacemos con Rusia… O decidimos que Eurovisión es única y exclusivamente una competición musical y la política (aunque a veces se cuele en el escenario) no puede formar parte de ella. Ni en forma de aplauso ni en forma de abucheo. Podemos dejar de mirarnos el ombligo, porque pobrecito el hombre cis-gay, y empezar a tener una visión más globalizada de la lucha civil (lo que nos llevaría a darnos cuenta de que, por mucho que nos joda el privilegio, hay colectivos que están en situaciones mucho peores a los que ni siquiera hacemos caso) para que Eurovisión sea un escaparate de todas las luchas sociales y no solo de la nuestra. O podemos asumir que todos los países tienen lo suyo y la canción, el representante o la victoria no tiene relación con eso. Lo que no podemos seguir haciendo es abuchear la canción rusa por motivos políticos mientras vitoreamos la canción israelí porque hemos decidido ignorar los motivos políticos.

Lo peor de todo es que, hagamos lo que hagamos, seremos hipócritas. Si dejamos que la política entre en el Festival estaremos apoyando una competición manchada; y si la dejamos fuera estamos dejando fuera todo lo que se supone que es intrínseco a los valores de Eurovisión.

Vamos a tener que decidirnos.

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