Lo gritan en las montañas, lo susurran en las catedrales… y también lo ponen en cualquier bar gay, lo pinchan los de Ojete Calor e, incluso, se oyó por todas partes en el último Orgullo. Algo tendrá La casa azul cuando, desde hace más de quince años la música entre indie y technopop con un mucho de disco-funk setentero (¡madre mía!) de este «grupo», combinadas con letras de amor y desgarro quinceañero, gustan en territorio mari. Y tanto gusta a las maricas, tantísimo, que cuesta desasociar muchos sitios de ambiente de La revolución sexual pues, cuando este «grupo» sonaba, las pistas se llenaban de hombres peludos, altos como castillos, contoneándose con este son entre ridículo e inocentón, y quizás ahí radique el irresistible éxito de un tema que tiene ya nueve años.
Y sí, nena, hemos puesto «grupo» en cursiva, negrita, entrecomillado y subrayado porque, y siguiendo los correctos postulados del Manual del buen grupo eurodisco, La casa azul es una banda fantasma, un grupo de estudio liderado por un catalán avispado en lo artístico pero apocado en lo social (al menos al principio) llamado Guille Milkyway (sic), que decide crear un conjunto musical con dos chicas y tres chicos monísimos pero donde… ¡no cantan ni tocan ellos!, solo ponen su cara bonita. Vamos, como unos Millli Vanilli pero hecho con gracia.
La revolución sexual es una canción compuesta por este Milkyway para el álbum del mismo título que sería el tercero de La casa azul y que se publicaría en 2007. Ya antes el grupo catalán había tenido bastante éxito con singles como Hoy me has dicho hola por primera vez, Supergay Superguay, Como un fan, El sol no brillará nunca más, etc., canciones encantadoras, casi para adolescentes, deudoras del tonti-pop de la época. También, Guille Milkyway fue el artífice de aquella canción llamada Amo a Laura, de otro grupo fantasma, Los Happiness, que era una crítica ácida a toda esa ñoñería PPera de conservarse célibe hasta el matrimonio (cuando todas sabemos, amigas, que las niñas bien de derechas son vírgenes por delante pero mártires por detrás, dado que «que te den por culo no es follar»).
En La revolución sexual, a una base pop de toda la vida (pero pop español de los primeros ochenta tipo Pedro Marín o Pedro Mari Sánchez o Jimmy), se le añadían un toque techno más otro de eurodisco (ese inicio al teclado deudor de, ay, ritmoooooooooo, ritmo de la noooooooooche). A esta mezcolanza añádase unas gotas del maestro Carlos Berlanga, un aderezo a lo Meteosat, otro poco de Chico y Chica, y un mucho del sonido de la discográfica Elefant (Niza, Le Mans, La buena vida, La pequeña Suiza…).
Todo este potaje sonoro, perfectamente bien ensamblado y admirablemente producido, se nutría además del complejo vitamínico perfecto: una letra universal, optimista y de buen rollo, algo sentimentaloide, sobre superarse a sí mismo, sobre quererse y tenerse en cuenta y mimarse un poco, ¡cojone!, algo que en Estoy Bailando valoramos mucho. Y, claro, no nos extraña que haya calado tan hondo en el universo multidisciplinar gay; a poco que una canción te diga a las claras: Nena, tú vales mucho, ya es un llenapistas en el garito más moderno de Chueca o en el bar gay semiclandestino (por miedo a ser tirados al pilón) de Villacantajos del Manillar.
Para esta ocasión, Guille se desenmascara y se presenta él como lo que es, el genio tras este andamiaje tan perfecto, relegando a Clara, Virginia, Óscar, Sergio y David (porque sí, estos chicos y chicas tan monos tenían nombre) a lo que también eran: meros comparsas, unos robots intercambiables que sirvieron para lanzar la carrera de Guille Milkyway y que, hoy por hoy, ya no son necesarios.
El éxito de La revolución sexual fue fabuloso. Si bien la militancia gay ayudó enormemente a que canción y grupo dieran, por fin, el salto al estrallato mainstream. El tema fue incluido en aquel extraño concurso que se hizo en 2008 llamado Salvemos Eurovisión, para elegir la canción que nos iba a representar en el Festival de Festivales de ese año y, por desgracia, salió elegido para el Festival el tema del Chikilicuatre de los cullons. No importa, la canción lo vale y Guille Milkyway también y, tras este descalabro pre-eurovisivo, su fama fue en ascenso. Guille haría, desde entonces, jingles para spots publicitarios, canciones para programas de televisión, produciría discos a otros artistas, y llegaría a actuar, con gran éxito de crítica y público, varias veces en los festivales Contempopránea de Alburquerque, Badajoz, o Benicassim, Alicante. La casa azul/Guille Mikyway ha visto cómo su éxito ha traspasado nuestras fronteras llegando a… ¡Corea! (vale, zorronas, no es Nueva York, pero todo lo que sea salir de España Cataluña…), haciéndose una versión de La revolución sexual en el idioma de ese país (también cuenta con traslaciones al inglés y al alemán, te cagas cambas). Y en 2010, Guille ganaría un Goya a la mejor canción por el tema principal de la película Yo también dirigida por Antonio Naharro y Álvaro Pastor en 2009. ¿Quién da más?
Tras este momento dulce, Guille tiene ya tantos proyectos que La Casa Azul se queda un poco deslavazada. En 2011 se edita un disco denso y falto de ideas, La Polinesia Meridional que, a pesar de su gran éxito y de una tumultosa gira correspondiente, contiene, esto es así, canciones menos brillantes, menos inmediatas, menos susceptibles de ser himnos; un álbum farragoso y algo aburrido donde juega, sin conseguirlo, a ser Brian Wilson (el genio tras los Beach Boys). Después del esplendoroso punto de inflexión y el golpe mediático de La revolución sexual (álbum, canción, vídeo y concepto), nuestro querido Guille acusó el agotamiento de la fórmula y se encontraba en la delicada tesitura de todo artista que ha llegado a su culmen: ¿qué hacer ahora?
Lo último que sabemos de Guille es que el año pasado participó en un disco recopilatorio y de remezclas de otros artistas para su sello Elefant y que el sábado 23 de julio de 2016 estará, como DJ, en el festival Muellepop, en el Puerto de Mazarrón, Murcia. Mientras, se suceden las noticias de un esperado nuevo álbum de La Casa Azul, pero parece que la cosa aún va para largo. Mas no hay prisa, mientras tire de repertorio, tenemos sueño veraniego de Guille para rato.