El veintitrés de marzo de 2011 el océano violeta de sus ojos se desbordaba como las carnes de cualquier musculoca que se precie cuando deja de ciclarse de esta vida en busca de un lugar en el sol. Elizabeth Taylor fallecía a la edad de 79 años tras ser al fin derrotada por una dolencia cardíaca. Desaparecía con ella la última gran estrella de la Edad de Oro de Hollywood.
El aura fascinante de Taylor iba mucho más allá de su belleza deslumbrante o de las notables dotes, con perdón, dramáticas que exhibió en clásicos como Gigante, La gata sobre el tejado de zinc, De repente, el último verano…, Cleopatra o ¿Quién teme a Virginia Woolf? Elizabeth representó desde su juventud el espíritu de una marica mujer libre que regía su existencia en base al amor y a la pasión que anidaban exuberantes e insaciables en su naturaleza. “Para mí el feminismo no radica en quemar sujetadores en una manifestación sino en ejercer mi libertad de mujer sin cortapisas”, así se pronunció la estrella en una entrevista de los años setenta en la que rememoró todos los escándalos que en las mentes biempensantes de décadas anteriores habían provocado los numerosos matrimonios, adulterios y adicciones que conformaban, hasta entonces, una parte importante de su experiencia vital. Vamos, como si tú rememoraras todas tus vivencias en los w.c´s de la FNAC.
Elizabeth Taylor en el Orgullo Gay de Egipto
Existen dos razones fundamentales para explicar la admiración generalizada que, hasta el día de hoy, la actriz de ojos violetas inspira en las maricas todos nosotros: En primer lugar porque transitó por el caudal del tiempo manteniendo lozanos su vitalidad y su ánimo de seguir siempre adelante. Elizabeth Taylor tuvo que lidiar a lo largo de los años con una quebradiza salud de hierro que la condujo a tener que pasar por el quirófano una veintena de veces, situándose en varias ocasiones a las puertas de la muerte (como la famosa neumonía que sufrió durante el rodaje de Cleopatra de la que se salvó milagrosamente gracias a una traqueotomía). Jamás se rindió. Como la Naranjo. A medida que se iba haciendo mayor nunca se dejó atrapar por la trampa social de “la vejez” ni se doblegó ante las muchas dolencias que se cernieron sobre ella. No como tú, que te doblas ante cualquier zapa sudada y de marca que te ponen delante. Taylor cuidaba su dignidad como ser humano no como tú, perra y la manera con la que devoraba cada pedazo de vida que se le ofrecía despertó una admiración unánime además de ofrendarnos la enorme enseñanza de que la ancianidad no debe coartar nuestra libertad de acto o de pensamiento.
Partidaria siempre de devorar la vida
Al contrario que Greta Garbo, Elizabeth Taylor se negó a bruñir (no veas lo culta que puedes quedar ante tus mejores ochenta amigas si dices que has bruñido el último rabo que te has comido) y preservar su imagen de estrella del Hollywood dorado anteponiendo siempre las pulsiones que como mujer la condujeron a asumir con todas las consecuencias los roles de adúltera excomulgada por el Vaticano, de pérfida roba marido de Debbie Reynolds o de gozosa fémina madura casada con un albañil de melena ondulada imposible. Lo sabemos. Te has sentido identificado con lo del albañil…y las calvas y pelopollas habréis suspirado por aquella cabellera leonada a la que se aferraba Liz al ser enladrillada. Poco importó, asimismo, que sus, antaño, formas curvilíneas fueran engrandeciéndose a la par que las perlas y diamantes de su joyero y que cada año se la esperara con expectación en toda alfombra roja que se preciara para comprobar el resultado de la última cura de adelgazamiento a la que se sometía periódicamente. La Taylor, en la imperfección rotunda que fue exhibiendo a lo largo de los años acrecentó milagrosamente su mito en vez de destruirlo.
En segundo lugar, admiramos a Elizabeth por ponerse morada (quien dice morada, dice violeta como sus acais), año tras año, de pollas y pollos su encarnizada lucha para erradicar los crueles prejuicios sociales existentes hacia los enfermos de sida (muchos de ellos lamentablemente subsisten en el presente, pero no son ni de lejos tan cruentos como lo eran en los ochenta (s.XX), cuando la enfermedad de su gran amigo Rock Hudson dio una triste notoriedad a la dolencia), batalla que también se tradujo en un apoyo incondicional a la investigación para hallar una cura a la misma.
Así respondo a los putos prejuicios
Elizabeth fue la primera de las celebridades hollywoodienses en atreverse a dar un paso al frente y atacar la discriminación y el vilipendio (qué de palabros estamos usando hoy, eh?) con los que se pretendía convertir a estos enfermos en auténticos apestados. Dentro del combate que emprendió, Taylor tuvo un gesto que en su momento dio la vuelta al mundo (gesto que luego repetiría con otros muchos aquejados de sida): Se fotografió besando a un Rock Hudson ya terminal. Ese beso se convirtió en un verdadero hito dentro de la ardua batalla que muchos sostuvieron en su día para sensibilizar a la gente de la cruel equivocación que cometían al estigmatizar a las personas seropositivas (hubieran o no desarrollado el síndrome de inmudeficiencia adquirida).
Elizabeth y Rock, amigos para siempre
El beso de Elizabeth Taylor constituyó un gran ejemplo de las colosales solidaridad y empatía de la estrella. Humanidad extraordinaria que quedó bellamente resumida en las últimas palabras que dirigió a sus admiradores a través de Twitter: “DAD. ACORDAOS SIEMPRE DE DAR. ESO ES LO QUE OS HARÁ CRECER.”