lunes, diciembre 4, 2023

Lo que La Línea Roja no entendió (ni quiso entender) sobre la homofobia

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«Si algo consiguió La Línea Roja fue responder de forma contundente a la pregunta sobre si hay homofobia en España. Sí, la hay. Hacer un programa que plantea si un homófobo y un homosexual pueden llegar a entenderse es una muestra de ello.»


Imagínate que un día enciendes la tele y te encuentras a un señor del Ku Klux Klan sentado delante de un señor negro debatiendo sobre el racismo. O a un neo nazi y a un judío debatiendo sobre el Holocausto. Pues algo así fue lo que te podía haber pasado anoche si encendías la tele y te encontrabas con el programa La Línea Roja de Cuatro. Un señor homófobo y un señor gay cruzando «la línea roja» para visitar el terreno del otro y comparar sus vivencias. ¿Para qué? Para nada.

¡PARA NADA! (Imagen: Cuatro)

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Ya hace tiempo que sabíamos que Cuatro estaba preparando este programa, entre otras cosas porque el señor gay que participaba en el programa era Otto Mas (twittero y colaborador ocasional de esta web). Y ya desde el principio no tuvimos muy claro qué era exactamente lo que el programa de Jesús Cintora quería demostrar. ¿Existe la homofobia en España? Se preguntaba Cintora al empezar. Sí, existe. No hace falta llevar a un gay a una emisora ultra católica ni meter a un homófobo en pleno Orgullo LGTB para demostrarlo. Es una realidad. Pero, como suele pasar con la discriminación a una minoría, la mayoría necesita convencerse (o no) de que existe porque ¿para qué preguntar directamente al discriminado?

A pesar de que todo apuntaba a que el programa iba a estar mal planteado quisimos darle una oportunidad y esperar a ver el resultado para pronunciarnos. Confiábamos en Álvaro (Otto) pero no mucho en el montaje y el enfoque del programa. Y hacíamos bien, porque el resultado fue bastante desastroso, inútil y te diría que hasta ofensivo.

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Para empezar: no puedes comparar la homofobia con la homosexualidad como dos opciones que están al mismo nivel. La homosexualidad es una característica natural de una parte de la población que cada uno decide vivir como su libertad le permita, la homofobia es odio basado en prejuicios que únicamente busca la discriminación y la opresión de los homosexuales. Pero no sólo existe la homofobia, también existe la bifobia y la transfobia. En el momento en que el programa decide tomar una posición equidistante respecto a eso, dejar que sea el espectador el que decida quién tiene razón y quién no (como si en un tema así esa «libertad de opinión» fuera aplicable) está validando un comportamiento (la homofobia) que no puede recibir otra cosa por parte de la sociedad que no sea el rechazo más absoluto. De hecho la homofobia, hoy por hoy en España, es un delito. Ojo, no el pensamiento homófobo, sino la práctica de la misma. ¿Por qué? Porque al igual que se protege a las mujeres de la discriminación sexual, igual que se protege a las minorías raciales de la discriminación racial, hay que proteger a la comunidad LGTB+ de la discriminación por orientación sexual o identidad de género.

Pero, de nuevo, la mayoría necesita convencerse. El heterosexual necesita alzarse y decidir qué es homofobia y qué no, qué es LGTBfobia y qué no, porque escuchar al oprimido puede hacer que su privilegio se tambalee. «Yo no soy homófobo, tengo muchos amigos gais«, pero no dejes que los amigos gais te digan que tienes un comportamiento homófobo porque yo no soy homófobo, tengo muchos amigos gais.

Jorge, el homófobo, acudiendo junto a Jesús Cintora a la Carrera de Tacones del Orgullo de Madrid. Una actividad que, como todos sabemos, es muy típica de los homosexuales. Lo hacemos cada día al levantarnos. (Imagen: Cuatro)

La falsa equiparación que plantearon en el programa quedó patente a la hora de enfrentar al gay (Álvaro) con la realidad del homófobo (Jorge) y viceversa. Para que Álvaro viviera la homofobia en primera persona el programa le llevó a casa de una familia heterosexual y homófoba (de los que no hablan de la homosexualidad delante de los niños porque a ver si se van a volver bolleras), a un colegio con padres contrarios a la educación sexual (por no decir que eran, directamente homófobos) y cargados de prejuicios e ideas erróneas y a una radio dirigida por un señor que necesitaba subtítulos para que se le entendiera al hablar que sostenía que la homosexualidad es una elección. Una mafia. Que teníamos más derechos que los heterosexuales. Había que ir a buscar esa homofobia, localizarla en su hábitat (que diría Ana Rosa) porque la homofobia es un nicho.

Para enfrentar al homófobo (Jorge) con la realidad homosexual había mil opciones, porque la homosexualidad es una característica más del individuo y no tiene por qué definir su conducta. Podían haber llevado a Jorge a un taller de alguna asociación que trabaja con familias LGTB+ o con víctimas de agresiones LGTBfóbicas o educando en la diversidad. Podían haber llevado a Jorge a un cara a cara con Carla Antonelli para que le explicara las necesidades del colectivo trans (él que decía que ya lo tenemos todo). Podían haberle llevado a que alguien le explicara de dónde viene la lucha por la liberación del colectivo. O a acompañar a una chica lesbiana que trabaja en una emisora generalista y de vez en cuando se topa con actitudes homófobas y machistas.

Jorge, el homófobo, vistando la librería Berkana. (Imagen: Cuatro)

Pero no. El programa decidió tirar de tópicos y llevarle a Chueca en plena semana del World Pride. Con las calles llenas de banderines LGTB, de travestis y de hombres medio desnudos. Enfrentaron a Jorge al dueño de una peluquería gay. Metieron a Jorge en una tienda de ropa fetish. Llevaron a Jorge a conocer a una pareja gay que había tenido dos hijos a través de la gestación subrogada (…) y que iban a comprar cuentos infantiles. A una exposición fotográfica en la que se veían tetas y pitos (era mucho más que eso, pero pusieron a Jorge a hacer un collage con tetas y pitos). Y al Orgullo, a rodearlo de travestis, señores con tutús y transexuales que le decían que parecía gay.

Porque eso es lo que para La Línea Roja implica ser gay: la imagen, el sexo, la gestación subrogada (…), más sexo y la fiesta.

Un par de planos de la cabecera de la manifestación del Orgullo -lo único reivindicativo que se vio- no sirvieron para contrarrestar ese montaje con música tenebrosa en el que Jorge observaba entre el aturdimiento y el terror las carrozas de la marcha. No hubo ni un intento por parte del programa (a pesar de que Cintora en algunos momentos sí se posicionaba porque realmente no quedaba otra) de condenar la homofobia. Se dejaba todo en manos de los que pasaban por ahí (el discurso de Mili, de la librería Berkana, fue de aplaudir) y se permitía que Jorge no sólo no se moviera ni un ápice en su comprensión de la realidad LGTB+ (porque sólo se le mostraba aquello sobre lo que ya estaba convencido) sino que se le dio un altavoz inaudito para que tanto él como los homófobos que se enfrentaban a Álvaro dijeran cosas tan tremendamente nocivas como que la homosexualidad era una elección, que las terapias de conversión funcionan y se puede dejar de ser homosexual si uno quiere, que hay «agentes externos» que provocan la homosexualidad o que los menores no necesitan conocer la diversidad porque eso puede «fomentar» que se vuelvan gais.

Álvaro escuchando atónito a una señora que le dice que ella ha visto en Youtube vídeos de gente que ha dejado de ser homosexual. Ése era el nivel. (Imagen: Cuatro)

Y no me parece mal que se enseñe que esa realidad existe. Es la respuesta a la pregunta sobre si existe homofobia en España. Pero no puede ser un discurso (que no una opinión, la homofobia no es una opinión) que no tenga una contrarréplica. Porque es un discurso de odio y porque, además, está basado en mentiras fácilmente rebatibles. Las terapias de conversión, por ejemplo, no sólo son una estafa y están condenadas por la comunidad científica, sino que una pequeña intervención de un psicólogo explicando que lo que empuja a las personas a buscar esas «terapias» no es su condición sexual sino la homofobia que percibe en su entorno y eso es lo que hay que frenar habría bastado para desmontar, de cara al espectador, una idea tan nociva.

Así que al final nadie se convenció de nada porque en su afán por ser neutrales La Línea Roja no sirvió para enfrentar a nadie con nada que no se esperara ya. Álvaro tuvo que escuchar los argumentos LGTBfóbicos de siempre y los rebatió de la mejor forma que permitía el formato; pero Jorge no tuvo delante una situación que desafiara sus prejuicios sobre el colectivo ni una opinión que le rebatiera sus argumentos de forma contundente. ¿Y qué se consigue con eso? Que las personas LGTB que vimos el programa constatáramos algo que ya sabíamos que existe, que los homófobos que vieron el programa no vieran cómo su odio recibe respuesta y que el público en general no entendiera que frente a la homofobia hay que aplicar la tolerancia cero.

En la película Denial Rachel Weisz interpreta a Deborah Lipstadt, una historiadora que tuvo que demostrar ante los tribunales ingleses que sí existió el Holocausto cuando un neo-nazi la demandó por acusarle de mentir al negar que ocurrió. Deborah dice una frase demoledora al principio de la película: «Podemos debatir las causas, los motivos y las consecuencias del Holocausto; pero no podemos debatir si existió o no. Es un hecho. Y los hechos son incontestables.» Ésa fue la sensación que me quedó a mí tras ver La Línea Roja, al ver que once años después de la aprobación del matrimonio igualitario y la adopción por parte de parejas homosexuales aún se le da espacio en televisión a personas que dicen que la heterosexualidad es lo natural y que creen que los gais adoptamos porque queremos a los niños «como mascotas«. Que a día de hoy, por conseguir un poco de share, aún hay programas de televisión que cometen el error garrafal de dar voz a los que me discriminan, de hacerse a un lado ante el odio y de alentar con su equidistancia a los de los buses tránsfobos.

No deja de ser una representación perfecta de la paradoja de la tolerancia: para vivir en una sociedad tolerante tenemos que aprender a no ser tolerantes con la intolerancia. Porque entonces se impone la intolerancia.

La parte buena de todo esto es que comprobar eso no nos entristece, en todo caso nos empodera aún más. Porque nosotros sabemos cuál es nuestra realidad y estas cosas no hacen más que constatar lo mucho que aún nos queda por luchar. Porque cada agresión de las centenares de agresiones LGTBfóbicas que aún ocurren en España nos duele como si nos hubiera pasado a nosotros. Porque podría pasarnos a nosotros.

Y porque si algo consiguió La Línea Roja fue responder de forma contundente a la pregunta sobre si hay homofobia en España. Sí, la hay. Hacer un programa que plantea si un homófobo y un homosexual pueden llegar a entenderse es una muestra de ello.

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