Ábreme con cuidado, uno de los últimos títulos editados por Dos Bigotes ¿os lo habéis leído? nos acercó a nueve autoras que podríamos considerar y clásicas y referentes en la literatura de temática lésbica a través de la visión que sobre ellas nos daban nueve escritoras españolas actuales con voz propia tanto en el terreno de los libros como del activismo LGTB. Una de las más conocidas entre todas ellas es Clara Asunción García, novelista conocida no solo por «El primer caso de Cate Maynes» como por toda una trayectoria anterior de cuentos y relatos breves.
¿Por qué elegiste a Patricia Highsmith entre las autoras que te proponían los Dos Bigotes?
Por la huella que dejó en mí la lectura de su Carol, un libro que, hoy por hoy, sigue siendo un referente dentro del imaginario lésbico colectivo. En mi caso particular, no solo por la expectación contenida en ese final positivo, sino también por la identificación con el personaje de Therese, alguien soñador que sentía la desesperanza de “no llegar a ser nunca la persona que quería ser ni hacer las cosas que quería hacer”. Como yo, en aquella época.
¿Qué tiene Carol de especial para ti?
Tal y como explico en el prólogo del relato, creo que la respuesta a esta pregunta debería empezar con la frase: “Yo tenía veintitrés años, corría el año 1991 y todo era una mierda, cuando leí por primera vez Carol, de Patricia Highsmith…”. Para mí, en ese contexto (veinticinco años atrás, sin referentes positivos y con la pesada losa del silencio como perspectiva) la historia, especialmente por ese final, supuso una bocanada de aire fresco, una mirada al exterior. Como si hubiese estado encerrada durante mucho tiempo en una habitación a oscuras y, de súbito, alguien abriese una ventana, permitiendo la entrada de la luz, de aire limpio. Bien es cierto que el cambio ni fue radical ni absoluto ni definitivo, pero supuso el primer peldaño, el primer pasito: las cosas podían ser, ocurrir. A personajes de ficción, vale, pero, ¿por qué no a mí?
Obviamente, ese final ha sido superado con creces dentro de la literatura lésbica, pero creo que lo importante es, primero, el hecho de publicar una novela así en aquella época (estamos hablando de los años cincuenta en EE.UU.), reflejando una realidad oculta que ayudó a miles de personas a no sentirse tan solas. Y, segundo, y lo realmente fascinante, el mantener intacta su capacidad de identificación, incluso a día de hoy, más de medio siglo después de su publicación. Por desgracia, sigue habiendo demasiadas personas que califican nuestro amor de sórdido o enfermizo y demasiado a menudo, en demasiados sitios, hay alguien dispuesto a convertirse en nuestro enemigo. Todo ello me hace ser más consciente de cuán poderosa puede ser la literatura, de la capacidad que tiene para tocar los corazones de la gente, y en consecuencia, del inmenso respeto que siento por mi trabajo como escritora.
Y, finalmente, es especial porque me dio una frase mantra que me ha acompañado desde entonces: “Vivir contra mi propia naturaleza, eso es degeneración por definición”.
¿Has visto la película protagonizada por Cate Blanchett?
Todavía no he tenido oportunidad de verla y confieso que, inconscientemente, estoy retrasando su visionado. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que tengo tantas expectativas puestas en ella que creo que he entrado en modo preventivo antidecepción. ¿Y si no las cumple? ¿Y si no reconozco el libro en los fotogramas? ¿Y si Cate Blanchett no es la Carol ni Rooney Mara la Therese que tengo incrustadas en mi cabeza y mi corazón? Pero es obvio que no puedo entrar en esa espiral de incertidumbre, así que no creo que tarde mucho en verla.
Hablemos de Clara
¿Quién es Clara Asunción García?
Creo que eso no lo tendré claro hasta que no llegue al final del camino, pero si tuviera que decir algo, sería que soy una y soy muchas. Ayer fui una librera veinteañera enamorada de una ejecutiva diez años mayor que ella, hoy soy una carpintera que acaba de regresar a su pueblo de origen, cargada de tantos remordimientos como deseos de cerrar heridas pendientes, y mañana seré una adolescente que acaba de reconocerse enamorada de una compañera de instituto, o una detective privada con la vida patas arriba que solo piensa en beber y acostarse con otras mujeres, o… En fin, la perfecta definición de escritora. Soy yo, Clara, y también soy Sara, Paula, Jimena, Cate y el resto de mujeres que tengo en mi cabeza (algún que otro hombre, también, claro). Fuera de ello, solo soy alguien que en un momento dado de su vida pudo canalizar todo lo que llevaba dentro, dándole vida a través de las palabras, y que espera seguir haciéndolo durante mucho tiempo.
¿Qué haces además de escribir?
¡Vivir! O lo intento. Tengo la inmensa suerte de compartir mi vida con una mujer maravillosa, sin la cual jamás habría podido, y no podría a día de hoy, dedicarme a sentarme delante de un ordenador para sacar de mi interior a esa carpintera, esa adolescente, esa fotógrafa, esa detective y mil mujeres más que reclaman impacientes a que las esboce sobre el lienzo que supone una página en blanco. Sin ella, sin mi mujer, no sería quien soy, no existiría Clara Asunción García, solo Clara, y sería esa seriéfila a la que le encanta leer, el cine, hacer senderismo, ver puestas de sol y escaparse a su cala favorita cuando sopla viento de Levante para empaparse de Mediterráneo.
LGTB
¿Qué tenemos en común los colectivos que estamos bajo estas siglas?
Una lucha, un anhelo, una reivindicación y un ojo avizor. Para conseguir, lo primero, para no perder lo conseguido, lo último.
¿Estamos tan unidos como puede parecer al estar unidos en estas siglas?
Ese siempre ha sido el quid de la cuestión, donde yo he visto más dificultades, porque qué tengo yo en común con un señor de Cuenca al que le chiflan los caballeros fornidos y velludos, qué es lo que me une a él, o a esa arquitecta de Valladolid que adora a Pink Floyd, o a esa estudiante de Derecho catalana,… Ser LGTB no implica mimetizar y compartir ideología, hábitos, modos de vida, gustos culinarios, ¡nada! De ahí que sea infinitamente más loable el hecho de que esas siglas nos hayan unido lo suficiente como para remar todas y todos en una misma dirección, la de luchar por alcanzar la plena igualdad de derechos. Porque si alguien insulta, menosprecia o dificulta el acceso a esos derechos a ese señor de Cuenca, a esa arquitecta de Valladolid o esa estudiante de Barcelona, por el mero hecho de ser alguien que se identifica con cualquiera de esas siglas, entonces me está menospreciando y discriminando a mí, me está atacando a mí, me está despojando a mí de mis legítimos derechos. Así, que hayamos sido capaces de elevarnos por encima de cualquier otra consideración me parece el mayor y mejor logro.
El colectivo con más visibilidad parece ser el G, el de los gays, ¿por qué la L de lesbianas no tiene más reconocimiento y presencia mediática?
Por la eterna y triste cuestión de siempre, por esa represión secular de las mujeres, que arrastramos siglos de oscurantismo y silencio impuestos, y eso abarca tanto a mujeres heterosexuales como lesbianas y bisexuales. En ese sentido, el patriarcado ha sido y es tan criminal como exterminador. No he conocido sistema social más dañino que este, y la prueba más tangible y dolorosa que existe es la lacra de la violencia machista. Un sistema que deriva en el abuso o asesinato de mujeres por el simple hecho de serlo habla por sí solo.
Por supuesto, no asumo que todos los hombres del planeta lo sostienen, pero lamentablemente sí los suficientes como para que se perpetúe. En este contexto, si ya es difícil para una mujer alzar su voz, dejarse ver, cuánto no lo es infinitamente si esa mujer tiene como objeto amoroso, vital, a otra mujer. De ahí toda la batería de represión que ha intentado invisibilizarnos y sus consecuencias, que alcanzan hasta este siglo XXI, que en teoría debería ser nuestro, de las mujeres. Pese a todos los avances conseguidos, todavía nos queda un largo camino por recorrer.
¿Cuáles son los retos que tiene el colectivo lésbico en términos de legalidad, visibilidad e igualdad?
Exactamente esos: legalidad, igualdad y visibilidad. Conseguir y mantener los dos primeros, en el sentido de acceder a los mismos derechos que cualquier otro conciudadano, y potenciar el último. Porque sin visibilidad, sin referencias, sin espejos en los que reflejarse, volveríamos a ser esas mujeres que se creen solas, equivocadas o taradas, en esa habitación sin luz ni aire.
Hay que decir, hay que hacer, hay que ser, con toda la naturalidad del mundo. En ese sentido, creo que es errónea esa percepción que se tiene de la privacidad. Hay muchas y muchos que se escudan tras ello para no revelar si son o no LGTB. Y sí, por supuesto, esa es la meta, que llegue el día en que eso no importe, no sea relevante, para nuestro trato con los demás. Pero, al mismo tiempo, es una trampa en la que caemos y por eso creo que habría que saber distinguir. Privacidad es no tener que explicitar, por ejemplo, cómo me lo monto con mi señora en la cama, pero no el hecho de que esa señora sea mi mujer. ¿Cómo vamos, si no, a normalizar si seguimos hablando en voz baja? ¿Cómo nos van a ver, a convivir con nosotros, a ver que somos tan maravillosos, pesados, graciosos o incompetentes como cualquier otra persona si nos escondemos, disimulamos y callamos? ¿Qué mensaje percibe y recibe esa chica de quince años que recién está despertando a sus sentimientos cuando ve que alguien, pongamos por caso, mediático, que tiene todo en su mano para mirar a la vida de frente, se oculta, se calla y lo niega como si fuese algo feo?
Para mí esa visibilidad es una cuestión ineludible, mostrarnos tal y como somos con la mayor naturalidad. En la medida de nuestras posibilidades, claro, porque no todos los casos son iguales, pero ya no se trata de nosotros, sino de los que vienen detrás. Si quienes nos precedieron no hubiesen luchado por nuestros derechos, yo no habría podido casarme, seguiría siendo una ciudadana de segunda.
Pensemos en esos chicos, que pueden estar tan asustados o perdidos como lo estuvimos nosotros. Queda todavía mucho por hacer, porque una cosa es la igualdad legal y otra muy distinta la social. Se sigue insultando al grito de maricón o bollera, se sigue agrediendo a parejas por la calle, se sigue haciendo la vida imposible a niños y adolescentes en colegios e institutos. Se ha avanzado mucho, pero creo que todavía queda una ingente labor de educación, como creo que ese esfuerzo de visibilidad, en el caso de las lesbianas, es mayor y que, en ese sentido, la lucha continua.
Nos queda mucho por conocer dentro del propio colectivo, ¿qué título de película o libro nos recomendarías para conocer determinadas realidades y acontecimientos?
Existen tantas realidades como personas LGTB, y cada una de ellas podría contar su propia historia. Pero recuerdo una que me impactó mucho y que no fue ni una película ni un libro, aunque recientemente se ha hecho una adaptación al cine que está punto de estrenarse. Me refiero a Freeheld, el documental. La historia me sobrecogió, no solo por lo que narraba, sino porque escenificaba, lamentablemente, la mezquindad de una sociedad, sea la estadounidense, la nuestra o de cualquier otro rincón del planeta, que ha servido durante mucho tiempo de base a la discriminación y la homofobia. Pero, y eso es lo especial de esta historia, también por su mensaje esperanzador, positivo, lucha por aquello que consideres justo, no te rindas nunca. Creo que en la valiente y agónica lucha de Laurel Hester por conseguir los mismos derechos que los demás, ni mejores ni mayores, los mismos, se escenifica toda la miseria y la grandeza del ser humano. La primera, representada por aquellos que esgrimen fé religiosa o ideología para discriminar a sus congéneres, la segunda, por todos aquellos que apoyaron la lucha de Laurel, fuesen homo o heterosexuales.
Es un documental que me provocó rabia, tristeza, impotencia y, finalmente, esperanza, pero que me dejó un poso amargo. Laurel no pudo pasar en paz los últimos meses de su vida, hasta ahí llegó la miseria de quienes pretendieron discriminarla. No sé si la película sabrá reflejar todo ello, pero desde luego a mí el documental me parece imprescindible.
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Como cierre, confiésanos un pecado en el que caes con frecuencia.
Es una pena, y me da mucha rabia, pero seguramente suspenderé el examen de pecadora. A diferencia de algunos de mis personajes, y no quiero señalar a cierta detective privada de vida desmantelada, ni bebo, ni fumo, ni la noche me confunde. ¡Si incluso ya bebo la cerveza sin alcohol! Soy un desastre como pecadora, lo admito. Pero, en fin, si me sirve de atenuante, confieso que soy adicta a la mayonesa. Espero que eso dé puntos.