El documental de Netflix repasa las siete décadas de amor secreto entre Pat Henschel y Terry Donahue, mientras nos enfrenta a la realidad de nuestros mayores
Como hombre cis homosexual, pienso a menudo en mogollón de cosas. Cómo poder ser más activista (y excepto con la ultraderecha, de la forma más sana que me sea posible), las problemáticas que surgen a la hora de viajar en pareja, infinidad de cuestiones sexuales, y un larguísimo etcétera. Pero nunca se me pasa por la cabeza mi vejez como persona LGTBI. “Aún queda mucho”, me digo, y remato mi introspección con un “ya me lo encontraré”.
En A Secret Love, un documental de reciente estreno en Netflix, podemos toparnos de golpe con esa realidad que aún vemos considerablemente lejos. La película, producida por Ryan Murphy, narra la historia de Pat Henschel y Terry Donahue, una pareja de lesbianas cuya historia de amor vemos cumplir más de sesenta y cinco años frente a las cámaras.
En poco menos de hora y media de metraje, Pat y Terry, junto a una cantidad de material videográfico y fotográfico inaudito de todos sus años de relación, nos cuentan cómo y qué vivieron durante las oscuras décadas de persecución sistemática de la comunidad LGTBI tanto en los Estados Unidos como en la Canadá de mediados del siglo XX. Desde el origen de los locales de ambiente hasta las redadas policiales, y posteriormente a la armarización colectiva de gran parte de la comunidad, llegando hasta la reciente aceptación interior y exterior de nuestros días.

A Secret Love es la historia de dos mujeres que llevan seis décadas juntas, y así se ha construido, como un relato íntimo y personal dentro de la concepción más tradicional del amor, ya no solo entre dos personas del mismo sexo. Es cierto que, entre las innumerables batallitas que conforman la narración pero que no van más allá de la curiosidad histórica (pero sí menguan nuestras provisiones de kleenex a cascoporro), se echa en falta algo más de sustancia en cuanto a la lucha por los derechos LGTBI. Podría decirse incluso que ellas vivieron la “parte fácil” de esa lucha, pero juzgarlas por sus circunstancias y criticar este documental por ello, sería un gesto inequívocamente injusto.
Es lo que es, sobrepasando en más ocasiones de las que me gustaría esa fina línea roja entre el documental y el reality, ya demasiado habitual en el género hoy en día. Y aunque la historia de Pat y Terry resulte más cotidiana que extraordinaria, sí remueve en lo más hondo y a muchos niveles la conciencia sobre nuestra tercera edad, ridículamente invisibilizada: que deberíamos tenerles mucho más en cuenta, pensar en ir a su encuentro, escuchar y hablar sobre qué supuso ayer y qué supone hoy ser una persona LGTBI, pero sobre todo qué supondrá mañana el ser una persona mayor LGTBI; que deberíamos prepararnos ante una verdad universal para todo ser humano pero radicalmente apremiante en nuestro colectivo: nuestra ingenua incapacidad para reflexionar que nuestro presente es tan imperdurable como volátil.